Las inversiones en activos fuera de mercado —desde deuda privada a infraestructuras, pasando por fondos de litigación, arte tokenizado o derechos musicales— están en camino de alcanzar un volumen de 30 billones de dólares en activos bajo gestión para 2030, según un informe reciente de Bain & Company.
El cambio de paradigma es claro: mientras las bolsas muestran signos de agotamiento y aumentan los riesgos sistémicos, los inversores buscan refugio en activos no cotizados con capacidad de generar rentabilidad real sostenida. El 92% de los asesores financieros globales ya incorpora alternativas en sus propuestas, especialmente capital privado (PE), deuda privada (PD) y activos reales como energía o suelo agrícola.
En mercados como EE. UU. y Reino Unido, las family offices están liderando esta tendencia, mientras en Europa crecen las estructuras reguladas tipo ELTIF, RAIF y FIA, que permiten invertir en activos ilíquidos de manera estructurada. En América Latina, destacan plataformas como Ualá o HMC que democratizan el acceso a oportunidades fuera del sistema financiero tradicional.
Un caso paradigmático es el de los “litigation funds”, que financian demandas judiciales complejas a cambio de una parte del resultado favorable. También crecen los mercados secundarios de participaciones privadas, con gestores especializados en ofrecer liquidez parcial a vehículos cerrados.
“Estamos asistiendo a una institucionalización de lo que antes era marginal. La pregunta ya no es si invertir en alternativos, sino cuánto y cómo”, afirma Laura Brunner, directora de estrategia de KKR Alternatives.