Las recientes ofertas públicas de adquisición lanzadas en el sistema financiero europeo han reavivado el eterno debate entre soberanía económica y concentración bancaria. La OPA hostil del BBVA sobre Banco Sabadell en España, el acercamiento de UniCredit a Commerzbank en Alemania y los rumores de integración entre Société Générale y ABN Amro en el Benelux han generado fricciones entre gobiernos nacionales, reguladores y entidades financieras.
A pesar del mensaje oficial de Bruselas, que insiste en la necesidad de una Unión Bancaria más sólida y competitiva globalmente, los gobiernos siguen levantando barreras políticas. En el caso de Alemania, fuentes del Bundesbank han señalado “reservas estratégicas” sobre la venta de uno de sus grandes bancos a una entidad extranjera, a pesar del interés industrial real. En España, la posible absorción del Sabadell ha levantado una fuerte oposición política y social, al considerarse un activo estratégico en términos territoriales.
Desde el BCE, Christine Lagarde ha reiterado que Europa “necesita bancos más grandes y robustos para competir con los gigantes de EE. UU. y Asia”, y que los movimientos corporativos deben evaluarse por su viabilidad financiera y no por motivos políticos. Sin embargo, el choque de visiones persiste.
El trasfondo económico es claro: la presión sobre márgenes, la digitalización forzada y el encarecimiento del capital están empujando a las entidades a ganar tamaño. La pregunta es si los reguladores políticos están dispuestos a dejar que el mercado decida, o si prevalecerá una lógica proteccionista que frene las fusiones transnacionales.